UNA REVOLUCIÓN SUBTERRÁNEA
Vinos de terruño: la apuesta que conquista paladares
Con viñedos que cuentan historias únicas, Argentina se posiciona como un referente en la producción de este tipo de tintos y blancos. Una tendencia global que combina técnica, pasión y el valor del suelo como protagonista.
Parece mentira que, con una trayectoria vitivinícola de más de doscientos años, estemos empezando a disfrutar hoy vinos de terruño. Es que la evolución se hizo esperar. Al principio porque los inmigrantes italianos y españoles que iniciaron la actividad sólo buscaban una salida laboral y asegurarse el abastecimiento para continuar con sus hábitos de consumo diario. Luego, los vaivenes de un país en formación impusieron que se valorara más la cantidad que la calidad. Pero hacia fines del siglo XX, ese negocio se acabó y la única oportunidad era apostar por la calidad.
Este camino del vino argentino, salvo pocas excepciones, lleva unos cuarenta años como mucho. Ya pasaron las modas de los varietales y del roble, incluso las de las marcas y las bodegas. Hoy, el estilo de los vinos va más allá y la apuesta está en la diferenciación. Y en un ámbito en el cual casi todo se puede copiar, el terruño ha pasado a ser relevante ya que se pueden utilizar las mismas variedades que el vecino, incluso combinarlas en la misma proporción si se trata de un blend; se pueden cosechar en el mismo momento y utilizar el mismo sistema. Es más, hasta se puede elaborar el vino igual, criarlo con el mismo tipo de barricas y hasta contar con el mismo asesor enológico. Pero lo que no se puede copiar de ninguna manera es el lugar, el terruño. Si un productor puede llevar la identidad de sus uvas y de la finca a la copa, la diferenciación estará garantizada. Claro que eso no asegura el éxito, pero si se elabora un vino de terruño, con el cuidado puesto en la calidad y fiel a las intenciones en función del segmento al cual apunta, tarde o temprano el reconocimiento llegará.
¿Qué es un vino de terruño?
Queda claro que no es un invento argentino. Todos los grandes vinos del mundo provienen de un lugar específico. De hecho, así empezó todo en el Viejo Mundo.
Con el correr de los siglos, aquellos que apostaron por hacer el mejor vino que su viña daba, sin preocuparse por la urgencia de captar y seducir consumidores, son los consagrados porque hay muchos más consumidores dispuestos a comprar que botellas para vender. Y en la Argentina se dieron cuenta que el futuro pasa por ahí.
Ante todo, un vino de terruño nace en un lugar único. ¿Pero cuáles son esos lugares únicos? El Valle de Uco, por ejemplo, no es un terruño, sino una región; incluso La Consulta, por su tamaño, no se puede considerar como tal porque sus suelos son muy heterogéneos. Eso sí, todos ellos comparten el clima.
Entonces, un vino de terruño nace en un viñedo específico. Es más, en una parte específica de ese viñedo. Por eso la palabra Single Vineyard ya ha quedado desactualizada porque en una finca de 50 hectáreas hay una gran diversidad de subsuelos y componentes que tienen una influencia primordial.
Hoy, muchos vinos de terruño provienen de parcelas específicas, homogéneas entre sí y con muchas similitudes de exposición solar, de pendientes, de absorción de agua, de composición de suelo, de tipo de piedras... Claro que esto exige hacer muchas vinificaciones y microvinificaciones por separado para poder entender cabalmente cada rincón del viñedo. Y quizás, luego, elaborar un blend que refleje de la mejor manera posible la visión del enólogo de dicho terruño.
Por lo tanto, un vino de terruño nace en la viña más que ningún otro. Casi el 95% del trabajo se hace en el viñedo, lo que implica que en la bodega se interviene lo menos posible. Se vinifica con materiales nobles, con levaduras indígenas, se realizan extracciones suaves y crianzas con maderas que no invadan el carácter del vino porque el objetivo no es hacer ni un vino perfecto ni uno prolijo, sino uno de lugar. Y justamente por eso las cosechas importan mucho porque la heterogeneidad de la expresión del lugar es lo que se busca por sobre la homogeneidad que brindan ciertos recursos correctores.
Vinos argentinos y de terruño
Hay muchos casos en nuestro país; la gran mayoría de estos últimos veinte años. Quizás uno de los ejemplos más célebres es el Catena Zapata Adrianna Vineyard Malbec, conocido como el "Grand Cru de Sudamérica". Este vino, cultivado en los suelos calcáreos de Gualtallary, combina frescura y profundidad. Alejandro Vigil, el enólogo detrás, destaca cómo el terruño de altura imprime un carácter mineral y elegante, reflejo de la complejidad de la región y su proyección internacional.
En Luján de Cuyo, el Achaval Ferrer Finca Bella Vista Malbec capta la esencia de las viñas viejas de Perdriel. Este tinto, con su elegancia y matices florales, es una creación de Gustavo Rearte, quien resalta la riqueza de los suelos aluvionales de la zona. El vino encapsula la tradición clásica de Mendoza con un perfil fresco y sofisticado, que no sólo honra la historia, sino que eleva los estándares de nuestro cepaje emblemático.
Por otro lado, el Terrazas de los Andes Single Vineyard Los Aromos Cabernet Sauvignon, también de Perdriel, nos invita a explorar otro lado de este terruño. Con aromas intensos de frutos negros y un toque especiado, demuestra la versatilidad de Luján de Cuyo. Bajo la dirección de Gustavo Ursomarso, este vino celebra la diversidad de estilos que pueden surgir de una misma región.
En el Valle de Uco, El Enemigo Chardonnay, nuevamente liderado por Alejandro Vigil, recuerda que Argentina no sólo brilla por sus tintos. Proveniente de los suelos calcáreos de Gualtallary, combina la frescura y la mineralidad propias del terruño con la complejidad que aporta la crianza en roble. Su equilibrio entre acidez vibrante y notas frutales es una muestra de la innovación en la viticultura nacional.
Finalmente, el Terruño Malbec de Fabre Montmayou, desde Vistalba, aporta un enfoque fresco y accesible a los vinos de alta gama. Con un perfil frutal marcado y un trasfondo especiado, es ideal para quienes buscan un ejemplo clásico del Malbec mendocino, refinado con el toque francés de la bodega. Juan Bruzzone, su enólogo, mantiene un compromiso con la excelencia y la autenticidad.
Los ejemplos abundan y todo indica que los nuevos grandes vinos argentinos comenzaron a nacer en viñedos únicos. Y con el correr de las cosechas, cada uno de ellos ganará atributos para escribir su propia historia y la de los terruños.