OPINIÓN
Usted no sabe leer... Usted no sabe escribir
Luis Castillo*
La comprensión lectora no es de ningún modo un atributo natural de ciertos elegidos sino, por el contrario, una capacidad que se enseña, se aprende y se ejerce en cada momento. O así debería ser.
Leer es un acto maravilloso que excede al habitual uso que se hace de este verbo como si solo estuviera limitado a usarse con los textos. Se leen rostros, situaciones, imágenes. El mundo es un gran texto que se expresa en múltiples lenguajes abiertos a ser interpretados por quien desee esforzarse para hacerlo. El mundo, diría parafraseando a Emil Cioran, es tan grande como nuestra capacidad de interpretarlo. Para no ser tan ambiciosos, limitémonos en este momento a la lectura de los textos escritos.
En ese intento de aprehenderlo, apelamos a interpretar la intertextualidad, a descifrar la simbología camuflada sutilmente ―o no tanto― entre lo que a prima facie se nos ofrece como evidente. A descubrir los meta mensajes. A adentrarnos en un íntimo diálogo con un universo que de otro modo es inasible y ajeno.
Pero ¿qué es eso de la “comprensión lectora”? es un proceso que se lleva a cabo en nuestro cerebro y que nos permite entender el significado de un texto. Es decir, no alcanza con saber leer, ni siquiera con saber hacerlo correctamente ―sin errores, sin titubeos y con la entonación adecuada― sino que además, y fundamentalmente, comprender lo que vamos leyendo.
Para poder comunicarnos, es decir, relacionarnos los unos con los otros, los seres humanos contamos con cuatro destrezas o habilidades: hablar, leer, escuchar y escribir. En cualquier ámbito en que intentemos comunicarnos necesitaremos utilizar al menos una de ellas. En este contexto, la comprensión lectora es la capacidad para entender lo que se lee, no solo en referencia al significado de las palabras que forman un texto, sino en cuanto a la comprensión integral del texto mismo. Lo mencionábamos como un proceso y esto es así ya que se generan significados y estos se relacionan con los conceptos que ya tienen una significación previa para el lector.
En definitiva, interactuamos con el texto. No somos (o no deberíamos, al menos) ser consumidores pasivos de un texto sino que este se debe identificar tanto con palabras como con significantes. De allí que podamos leer y comprender un texto de manera literal (centrándonos en lo expuesto de forma explícita), de modo crítico (con juicios fundamentados sobre los valores del texto) o bien inferencial, es decir infiriendo, lo que no es otra cosa que comprender lo que se dice entre líneas. Leer lo no dicho. Preguntarnos por qué el autor de ese texto dice lo que dice, desde qué lugar lo dice, con qué autoridad lo hace, qué busca con eso, qué no dice, cuál es, en definitiva, la intencionalidad de ese texto. Esta somera enumeración, obviamente, vale tanto para una extensa novela como para un tweet, para una publicación en cualquier red social o en una presentación académica.
Somos lo que decimos y lo que callamos. Somos el producto de nuestra historia y nuestro tiempo. Nuestra producción textual tiene que ver con esto y con la posibilidad de interpretar y ser interpretados. De dar a conocer esos mundos que somos cada uno de nosotros. De conocer esos mundos que son los otros.
Leer y no interpretar lo que está escrito es lo mismo que no saber leer. Cada vez son más los lectores analfabetos. Me recuerda la paradoja de fabricar armas para asegurar la paz o la peligrosa ingenuidad de creer que todos los libros son iguales.
No alcanza con enseñar a leer; si no enseñamos a interpretar lo que leemos, seguiremos fabricando automóviles en un lugar en donde no existen carreteras.
*Médico y escritor