CRÓNICAS URBANAS
¿Quién dijo que no se puede?
Buscar respuestas a preguntas que muchas veces son las mismas, no es un error sino uno de los rasgos más destacables de nuestra naturaleza humana. A diferencia del instinto animal, en donde el estímulo–respuesta es la base de la supervivencia, nuestra condición de homo sapiens nos permite, tanto tropezar dos veces con la misma piedra, como seguir buscando respuestas allí donde pareciera que ya no es necesario.
Ese maravilloso libro de historia y sociología que es la Biblia, nos relata que apenas hubo dos hombres –Caín y Abel–, uno mató al otro. Las causas o las motivaciones son irrelevantes, lo que pone al desnudo ese relato es lo que subyace bajo el manto de los reyes de la creación: la violencia.
¿Acaso nacemos con una carga genética que nos conmina a matar? ¿A matar porque sí, no para saciar el hambre –lo que es discutible–, no para evitar ser muertos por otros animales que sí quieren saciar su hambre –eso sería indiscutible–, sino la muerte absurda bajo justificaciones que pueden llamarse poder, odio, envidia, codicia y muchos otros nombres que apenas son sinónimos de la abominación? No, lamentablemente la violencia no está en los genes, no se hereda, ni se nace con ella.
Digo lamentablemente porque el poder atribuir nuestros males a la genética sería una elegante forma de quitarnos el peso de responsabilizarnos por actos muchas veces aberrantes. La violencia se construye, la construye cada sociedad del mismo modo en que construye su cultura.
La Biblia nos cuenta que, dado que era imposible lograr que los hombres dejaran de matarse entre ellos, violarse mutuamente aldeas y mujeres (y viceversa), Dios no tuvo otra opción que barrer con todos y arrancar de nuevo. Una especie de reseteo universal, en donde sólo quedaron Noé, su mujer, un par de hijos y una muchacha estéril. Poco, pero bueno, podría haberse pensado, pero no: ni aún eso logró evitar que algunos siglos más tarde matáramos al propio hijo de Dios que vino a poner orden en persona. ¿Irredentos o incorregibles?
Hoy tenemos, para bien o para mal, un enorme espejo en donde nos vemos reflejados como sociedad cada día y todo el día: las redes sociales. Sabemos que son un negocio –no uno más ni uno cualquiera, desde luego– y que crece a medida que alcanza a interpretar lo que de ellas se espera; por eso, no puede haber redes sociales mediocres sin una sociedad mediocre ni redes sociales violentas sin una sociedad violenta, las redes sociales no generan violencia, la reproducen, la refractan, la enrostran.
La psique del niño, aseguran especialistas en el tema, posee un enorme potencial para generar conductas tanto de sociabilidad como su opuesto, depende de los estímulos a los que esté sometida será la conformación de la misma, por lo que el niño de hoy y adulto del futuro serán lo que de ellos hagan tanto su núcleo primario –la familia– como la sociedad que lo cobije. Una sociedad cuyos valores estén sostenidos sobre el dinero, el consumo y la superficialidad está irremediablemente condenada; cuando un niño no aspira a ser bueno sino ser rico, cuando solo vale lo que cotiza y lo que cotiza es la belleza, la juventud eterna, la frivolidad, mientras veamos que ser un narcotraficante es una meta y ser científico “no garpa”, mientras el político robe impunemente, el juez garantice la impunidad del político y las cárceles se abarroten de pobres, mientras la mujer sea cada vez más un objeto de consumo y el respeto una utopía, los libros una raza en exterminio, la pena de muerte una panacea y la Ley del Talión la respuesta a nuestros males, mientras sea más importante un gerente de programación que un maestro, una vedette que una bibliotecaria y un concejal que un discapacitado, mientras soñar con un futuro distinto sea privilegio de unos iluminados y no hagan falta intelectuales para el cambio, mientras un niño no sea lo más importante, la escuela lo más prioritario y los viejos los menos castigados, será difícil no pensar en que la raíz de nuestros males es la genética, o el castigo bíblico o Nostradamus o los mayas.
Pero, le confieso algo, si no creyera que todo esto que parece imposible podemos hacerlo, no podría estar escribiendo estas palabras.