CULTURA
No se trata solo de saber leer
Desde esta columna he intentado desde hace bastante tiempo transmitir mi amor por la lectura sin pretender otra cosa que compartir experiencias que van más allá de lo lúdico pero sin pretender pontificar sobre esa cuestión.
Luis Castillo*
No está de más insistir en que los libros (genéricamente hablando ya que los formatos de información y comunicación han crecido y diversificado de tal modo que ya ni siquiera es preciso sumar a la lectura el placer de sostener ese objeto-libro entre las manos) nos permiten acceder a mundos desconocidos hasta entonces. La historia de la transformación del mundo es la historia de las formas de comunicación. ¿De qué otro modo se explica, sino, la necesidad de crear el lenguaje?
Ahora bien, hablar no es solo conocer los códigos comunes de comunicación sino ser capaces de utilizar dichos códigos para expresar ideas de modo tal que sean comprendidas por el otro, que le permita analizarlas y, a partir de ahí, compartirlas o refutarlas. Eso es el diálogo. Diálogo que puede darse, y de hecho es así, hasta con un objeto inanimado como es un libro, el cual nos interpela desde sus páginas silenciosas con palabras e imágenes que pueden ser estruendos.
Pero, tanto para entablar esa comunicación con un libro o con un “otro”, es preciso ejercitar la lectura crítica a fin de lograr un pensamiento crítico. Veamos esto. Un lector/pensador crítico debe tener la capacidad para indagar sobre una temática que le interese a partir de no conformarse ni dar por certera la primera lectura, afirmación o evidencia que se dé sobre la misma. No importa de quien provenga ni las fuentes que en apariencia la sostengan. El pensamiento crítico se forma y fortalece a partir de analizar y evaluar cada afirmación, cotejarla con otras fuentes, otras miradas, otra perspectiva. Cuando alguien es capaz de contrastar ideas, conceptos o afirmaciones, descubrir puntos de controversia o identificar la intención del autor al expresar o sostener un argumento, podemos decir que esa persona tiene capacidad de análisis crítico. Y estoy hablando no solo de libros sino también de noticias, publicidad o comentarios editoriales en los que la fortaleza de su discurso está basada en la debilidad crítica de su receptor.
Hoy, las redes sociales distribuyen textos ―en el sentido lingüístico del término― que solo tienen el filtro que puede colocarles el pensamiento y la lectura crítica de quien lo consume con avidez e impaciencia. La inmediatez versus la certeza. Lectura veloz de títulos maniqueos que no dan lugar ―ni tiempo― para ser corroborados o contrastados. Hasta no hace mucho, la certidumbre y credibilidad de una afirmación estaba dada solo por el hecho de estar impreso o difundido por las radios o la televisión. Yo lo leí en un libro, yo lo escuché en la radio, lo dijeron en la tele, era todo lo que se precisaba para darle fuerza de verdad a un texto. Las redes hoy hacen todo eso y mucho más en menos tiempo. Por eso nuestra comunicación como sociedad hoy es lo más parecido a la torre de Babel. Cada uno habla su idioma, sostiene sus creencias, odia las que no le son afines, consume todo aquello que sirva para reforzar lo que cree y se resiste a contrastar la certeza de sus convicciones. En definitiva, el éxito de este tiempo que nos toca transcurrir es el de la carencia de lectura crítica. O al menos de su reducción a la mínima expresión, digamos como para que no nos apabulle la desesperanza.
Por eso una vez más y a fuer de sonar monotemático, vuelvo de un modo u otro a mi búsqueda de promover la lectura. Desde los más pequeños y sin dejar a nadie afuera, que también a muchas personas mayores les haría bien iniciarse en este camino interminable. Lúdicamente, claro, pero dejando lugar al dialogo y la opinión, al disenso. Leer críticamente el Martín Fierro o El Quijote, aunque usted no lo crea, amigo lector, aún puede depararnos agradables sorpresas que no dudo en tildar de inimaginables.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”