ANÁLISIS
El viaje ultra veloz de Milei a los sótanos de la política
Sale o no sale. No es una liquidación, es la famosa Ley Ómnibus de Milei que se ha transformado en su primer gran test de gobernabilidad. Igual, es una película que ya vimos. De un lado los buenos, del otro lado los malos. De un lado los que quieren a la patria, del otro los que quieren venderla.
No hay términos medios en la Argentina porque los argumentos que escuchamos no son nuevos. Jalonan los últimos 70 años de historia nuestra, para ser generosos, y nos tienen empantanados. La gran diferencia hoy es que ninguno de los grandes bloques que dominaron la política en los últimos años está en el poder. La sociedad votó otra cosa el año pasado y el sistema cruje, pero todavía no conforma a nadie.
Los que forman parte de él se quejan porque no quieren perder privilegios. Los que no forman parte de él, también se quejan, porque quieren mayor profundidad y velocidad en los cambios. Están todos disconformes. Milei, con la fuerza parlamentaria que tiene se ha dado la cabeza contra la pared. Debe estar maldiciendo la política de retacearle apoyo a los candidatos del interior, porque es lo que ahora le falta para negociar desde otro lugar. Así es la política y nadie la va a cambiar. A dos meses de gestión ya sabe lo que es sentarse y tener que ceder porque si no la ley no va a salir. No hay vueltas. Y nadie sabe bien en qué va a terminar lo que se apruebe. Son tantos cambios a esta altura que sólo queda una parte del proyecto original. Por eso, es probable que el contenido haya quedado atrás, y lo que cuente sea el continente. El gobierno necesita que los diputados levanten la mano y le den esa victoria política. El Senado será otra historia, donde la Vicepresidenta deberá demostrar muñeca para conseguir quórum primero y luz verde después. La batalla promete ser dura porque los legisladores que responden al cristinismo puro son muchos y van a vender cara su derrota.
Hay algo bueno en todo lo que está pasando. Hay un parlamento funcionando, algo raro en los últimos años donde mandó la parálisis legislativa. Es lo que debe ser. Cada uno de esos legisladores representa a los votantes que lo llevaron a ese lugar y tiene la obligación de ser su voz. Mal que le pese a más de uno, las leyes de una democracia no se definen en las calles entre balas de goma y botellazos. Por eso, el peor mensaje sería la suspensión del debate. Es el recinto el que debe dar respuestas. Así funciona la democracia, salvo para unos pocos que creen que la pueden ir ajustando de acuerdo a sus conveniencias.
Es probable que, a la hora que estamos escribiendo estas columnas, el proyecto oficial tenga media sanción. El debate seguirá en el Parlamento como debe ser y les tocará a los senadores decidir en consecuencia.
En la calle la temperatura sigue subiendo. Los precios, cuyo índice daría un respiro en enero, prometen rebotar en febrero con los aumentos de tarifas, entre otros. Y marzo será clave. Los agoreros de turno afirman que será el mes bisagra para la administración libertaria. Si pasa marzo, el viento a favor, aunque el ajuste seguirá, le cambiará el aire a la economía y por extensión a las expectativas de la sociedad.
En las democracias modernas, la realidad cuenta, pero también las expectativas. Hoy, Milei está imperiosamente obligado a mantener esas expectativas altas, porque la realidad sigue siendo frustrante. Para el que lo votó y para el que no lo votó. Necesita enviar mensajes que permitan vislumbrar en el horizonte alguna mejora. En esa transición necesita mostrarse distinto a todo lo anterior. Justamente lo que la mayor parte de la sociedad repudió. Eso no se logra con subas de impuestos claro ni nombrando parientes. Milei, es cierto, ejerce un liderazgo diferente a todo lo anterior. Y tiene una ventaja: no le han tomado el tiempo todavía. Eso le otorga cierta iniciativa que aún conserva. Es, quizás, el capital más importante que atesora.
Pero en política todo es efímero, no hay eternidades. Milei tiene también una desventaja que es el poco volumen político de su fuerza y la inexperiencia en muchos casos. Sería bueno que le aconsejen disminuir su exposición en las redes sociales. Esa fue una buena estrategia durante la campaña, pero ahora es el Presidente de la Nación. De todos los argentinos, obviamente.
Atraviesa hoy horas cruciales que seguramente van a determinar el rumbo de su mandato. Es mucho lo que hay en juego, lo sabe, y ha cedido en consecuencia. Sus detractores remarcan que no tenía alternativa. Desde el entorno presidencial no dudan y hablan de pragmatismo. El león deberá aprender que en la selva no es el único habitante. Que tampoco se puede comer a todos. Al cabo, se trataba de política y no sólo de economía.