UN VINO CON DÍA PROPIO
El Malbec, un ícono de la argentinidad
Es nuestra variedad emblema, la que más se bebe en nuestro país y la que más se exporta. Da vinos frutados, potentes y de taninos redondos, que de a poco van ganando fanáticos en todo el mundo.
Hace apenas cuarenta años, nadie se hubiera animado a pronosticar el éxito vertiginoso y aplastante que hoy goza nuestra uva de bandera en todo el mundo. Pero se trata de una realidad incuestionable, tanto como que el héroe de los varietales tintos argentinos supo tener, también, épocas de anonimato, tiempos de sostén de vinos populares, períodos de dura erradicación de viñedos y décadas de triste olvido en las bodegas. El estrellato no ha sido fácil: es el resultado de un largo camino lleno de obstáculos y sinsabores que constituyen una historia por sí mismos.
La introducción del legendario Michel Aimé Pouget en 1853 forma parte de la historia oficial y no da lugar a ningún tipo de revisionismo. Los registros dan absoluta fe de ello, así como de la creación de la Quinta Normal de Mendoza, donde el especialista francés pudo darle a la entonces naciente industria del vino argentino una impronta de calidad desde su composición varietal. Doce años después, se reconoce oficialmente el primer viñedo de esta cepa en la localidad de Panquehua, al norte de la capital mendocina, propiedad de la bodega González Videla (existente aún hoy y la más antigua de la provincia).
El Malbec tuvo una amplia aceptación entre los productores de la época, cuya sabiduría les permitió apreciar todas las virtudes que presentaba en las tierras de Cuyo, tales como vigor, volumen y poca susceptibilidad a las enfermedades, además de producir vinos de buen grado alcohólico, buen color, aromas intensos y ricos sabores. La entonces llamada “uva francesa” fue la cepa más difundida en la Argentina. Los primeros viticultores plantaban según la tradición europea: cada seis plantas de Malbec una de la variedad blanca Semillón. De este modo se elaboraba un corte que, según los antiguos bodegueros, equilibraba la gran concentración de color del Malbec y le quitaba esa marcada aspereza aportada por los taninos.
Con tantas cosas a favor, no resulta extraño que el Malbec haya sido la variedad tinta más plantada en los viñedos desde 1900 hasta 1980.
Hacia el final de ese período, la situación general de la vitivinicultura argentina se volvió sumamente sombría. Los tiempos del consumo monstruoso en volumen se habían terminado en un proceso tan inesperado como veloz. En el camino quedaba un modelo de producción que apuntaba a los grandes volúmenes, de un modo tan exagerado que hoy puede parecer irreal por su envergadura. Mientras tanto, la falta de horizontes y el derrumbe de muchas bodegas hicieron decrecer los números del viñedo nacional en casi una tercera parte. En medio de aquellos días de tormenta, nuestro tinto tenía pocos exponentes puros ya que su mayor uso estaba reservado al corte con vinos de menor valor en calidad y precio.
No obstante, el cambio ya estaba llegando. Durante los años finales del fin de siglo pasado, la reconversión de la industria hacia el concepto de calidad modificó las cosas una vez más a favor del Malbec. Los lanzamientos de nuevas marcas en el mercado doméstico y la exportación tuvieron a nuestro abanderado como protagonista incuestionable. Al filo del 2000, el viejo y querido cepaje tinto argentino volvió a encabezar la lista en los censos vitícolas, lugar que había perdido durante los años más duros a manos del Bonarda. Mientras tanto, los referentes internacionales de la prensa especializada ponían su mirada en ese vino tinto corpulento pero redondo, capaz de llenar la boca sin dureza, tan rico, tan versátil y tan agradable de beber. Sin dudas, comenzaba una nueva época de esplendor para el producto vinícola nacional más arraigado en el alma de los consumidores.
Nuestro país es el mayor productor mundial de Malbec, un cepaje cultivado en todas las regiones vitivinícolas del territorio nacional. Es por ello que Wines of Argentina ha decidido desde 2011 rendirle homenaje a su cepa emblema a través de la creación del Malbec World Day todos los 17 de abril.
Datos al margen
• Tiene su origen en la región sudoeste de Francia, donde suele formar parte del corte de los vinos. Como varietal se elabora en Cahors, pero sus características son sustancialmente distintas a las del Malbec argentino. Se la conoce también como Côt, Auxerrois, Cauly, Etranger, Mourame, Lutkens y Malbeck, entre otros nombres.
• Se cultiva en todos los oasis vitivinícolas argentinos, a lo largo del cordón de la cordillera de los Andes. En el noroeste –entre los 1.750 y más allá de los 2.300 metros sobre el nivel del mar–; más al sur en La Rioja y en los valles de Tulum, Ullum, Zonda y El Pedernal de San Juan; en Mendoza, en especial en Maipú, Luján de Cuyo, San Rafael y el Valle de Uco; y en la Patagonia, en el Alto Valle del Río Negro. También se lo puede encontrar en la altura de lso Valles Calchaquíes, en la zona marítima de Buenos Aires y hasta en la Mesopotamia, incluidas las viñas de Gualeguaychú.
• Es un cepaje versátil, con el cual se elaboran vinos jóvenes, rosados, espumantes, dulces, encabezados, ejemplares aptos para prolongadas guardas y hasta destilados (grappa).
• El Cavas de Weinert Estrella 1977, elaborado por el enólogo Raúl de la Mota, fue el primer Malbec emblemático de la viticultura local. Aún hoy se puede conseguir alguna botella.
• Luján de Cuyo es una Denominación de Origen Controlada (DOC) para todos los vinos elaborados a base de Malbec procedentes de esta zona de la provincia de Mendoza que cumplan con la legislación vigente. Fue aprobada en 1989 y se convirtió en la primera DOC vinícola de la Argentina. Tiene un reglamento que controla al mismo tiempo la calidad, la producción, la elaboración, el embotellado y la comercialización dentro del área geográfica delimitada, que se corresponde con variedades de uva tradicionales, con sus sistemas típicos de cultivo, técnicas de manejo, etcétera.