OPINIÓN
El amor en los tiempos de la fantasía
*
Los tiempos han cambiado, qué duda cabe. Para bien o para mal, han cambiado. En realidad, la verdad sea dicha, los tiempos, el tiempo (no como una cuestión climatológica, claro) , no cambia; cambian las personas, los hábitos, las culturas; pero resulta más sencillo, o menos comprometedor, para bien o para mal, echar las culpas de que son los tiempos los que han cambiado.
La tecnología, esa gigantesca máquina de sorprendernos, nos hace darnos cuenta de que el mundo de la ciencia ficción está siendo superado a velocidades inimaginables y, sin embargo, no sorprende tanto el increíble mundo de prótesis que devuelven funciones esenciales a quienes carecen de miembros o hasta la devolución de la visión a personas con severos trastornos de ese tipo, cómo, curiosamente, el hecho de que lo más visitado y utilizado en ese mundo virtual que nos rodea (literalmente) sean los sitios de citas. Hombres, mujeres y comunidades de todos los géneros imaginables, que buscan relacionarse con similares personas a través de la web.
De ningún modo estoy haciendo un juicio de valor sobre esta práctica, tan válida como lícita, pero no deja de llamar la atención cómo se pone en juego nuestra innata ingenuidad frente a la tentación de conocer al amor de nuestra vida o tener el mejor sexo imaginable (que no todo es romanticismo en las redes, desde luego) a solo un clic de distancia.
Uno podría pensar, desde lo racional, cómo es que esta persona con tantos atributos de diferente o de toda índole como la que aquí expresa, no haya tenido aun la suerte de conocer a alguien que sepa realmente valorarla. Claro, quizás el destino la estaba reservando para mí, que también desde luego tengo mis virtudes, algún que otro mínimo defecto, pero que seguramente nadie ha tenido la grandeza de descubrirlo hasta este momento mágico en que me encuentro frente a mi alter ego. Mi media naranja virtual. Con tantas cosas en común, tantas desdichas similares (por qué no, que un toque de dramatismo siempre viene bien), tanta incomprensión.
Y hacemos clic. Y a veces, no siempre, hasta llegamos a conocer físicamente a esa persona. Quizás hasta sea en algo parecido a lo que imaginábamos que era mientras escribíamos frenéticamente en el teclado cuidando detalles que pudieran romper el hechizo. Quizás pueda ser realmente esa persona que buscábamos. Y nosotros la que ella buscaba. O quizás no. Quizás después de darnos cuenta de que no era lo que buscábamos volvamos a cruzarnos, de pura casualidad nomas, en algún supermercado del barrio, en la cola de un cine en donde pasan una película que ambos habíamos catalogado como de perteneciente a un género espantoso que jamás veríamos y habíamos escrito: “ja ja ja”, enfatizando nuestra común visión de los placeres. O en otro chat. En otra aplicación de citas. Con el mismo seudónimo u otro distinto. Eso no importa. En el fondo seguimos siendo los mismos buscadores de utopías de siempre. Y esa situación, quizás nos cause gracia descubrirnos. Quizás nos cause pena. Pero, no obstante, aunque nos alejemos algún tiempo de esa práctica de búsqueda insensata a la que catalogamos como apenas una diversión (para intentar encubrir nuestra propia mirada en el espejo), es posible que volvamos a intentarlo. Una vez más. La última. Solo para divertirnos. Porque total no cuesta nada y quién sabe, quién sabe si al salir de Disneyworld no nos encontramos en el piso con un pase libre que nos permita volver otra vez a vivir unos instantes en ese mundo de fantasía. Ese mundo en donde los ratones son simpáticos, los perros hablan, las princesas son amadas, y hasta un grupo de enanos son felices picando piedras en una mina durante todo el día; ese mundo de ficción que se nos ocurre mejor que el nuestro. Un mundo en el que se sufre, se llora, se muere, pero en el que sin embargo, es bueno recordarlo, cuando se ama, se sufre, se extraña o se llora, el sentimiento es verdadero.