OPINIÓN
Discursos de odio: el peligroso camino del dicho al hecho
Hace mucho tiempo que desde diferentes sectores advertimos sobre la dinámica discursiva que comenzaba a configurarse en tiempos de motosierra con la persona de Javier Milei: negacionismo y odio a lo diferente, agresiones verbales de todo tipo... Estas nuevas formas que en democracia tenían un límite establecido fueron tomando mayor magnitud cundo fue elegido presidente, ya que hablamos de la figura con mayor responsabilidad de nuestro país, quien construye su perfil desde la violencia, con dichos discriminatorios y en ocasiones haciendo apología a la pedofilia y a la violencia sexual.
Preocupa esta coyuntura: escuchar del Presidente agresiones de todo tipo y de manera parmente sólo legitima las violencias, montando un escenario donde se puede pasar rápidamente del dicho al hecho.
“El trasfondo es la crueldad”, define la doctora en psicología Bettina Calvi, quien junto a otras y otros profesionales y personalidades del Derecho, la academia y el periodismo, como Carlos Rozansky, Dora Barrancos y Liliana Hendel, presentaron ante la Cámara de Diputados un pedido de juicio político a Milei por estas manifestaciones de odio, pedido que también fue firmado por miles de personas.
Entre tantas preguntas que dispara este tiempo signado por las incertidumbres es fundamental pensar ¿cuál es el objetivo político? Y es que para poder implementar el plan económico de Milei había que disciplinar al pueblo; esta vez, mediante el odio discursivo y la deshumanización del pueblo: mismo plan económico y viejas recetas. Y no sólo se trata de instalar el odio, sino de sacarlo del subsuelo de donde dormían sentimientos y expresiones esperando “señales” para volver a salir. Sin dudas, el Presidente (lejos de improvisar) hace mella entre gritos, caras raras e insultos en lugares del discurso que creíamos estaban en las catatumbas de nuestras sociedades y él llegó para “habilitar” todo eso que pone en riesgo los valores democráticos.
Instaurar el miedo les permite evitar la defensa de los derechos por los que vinieron a pasar la motosierra, y los de las mujeres y todo el colectivo de la Diversidad se apuntan en las primeras filas de su larga lista. Porque estos derechos también vinieron a poner en tensión la distribución de las riquezas y como el sistema se sirve empachado del trabajo no reconocido ni remunerado para seguir acumulando de un solo lado, ése que está en la otra punta del pueblo.
Pero a las claras está que no es menor lo que se dice, lo que se nombra o lo que decide no nombrarse; cómo se dice, en qué contexto y a quiénes apunta. La forma de habilitar este escenario que vuelve a darle voz a las bestias adormecidas es que la figura pública con mayor responsabilidad en nuestro país, diga las cosas que dice sin ningún tipo de prurito que lo impida. Tal es así que he escuchado decir “si Milei dice que lo dice, mira que yo no voy a poder putearla”. Esto se traduce en insultemos y vomitemos todo el odio y resentimiento contenido a quien piensa diferente a mí, pero ya no en la intimidad, en el ámbito de lo privado, hagámoslo público y que se convierta en nuevas formas de enunciación, deshumanizando por completo nuestras identidades y por qué no, en consumar con hechos la violencia verbal y psicológica. Desde los feminismos sabemos muy bien que previo a la violencia física que mata, están las violencias simbólicas, psicológica, que hacen un profundo daño, siembran el miedo y son la antesala de los femicidios.
El lenguaje es político, lo que se dice y como se dice es político, y tiene consecuencias directas con el pueblo. Somos espectadores del mayor avasallamiento discursivo que se recuerde, el odio que salió de las cloacas a pudrir conquistas colectivas que formaron generaciones desde la batalla cultural hoy nos acecha a generaciones que entendemos que, en la diversidad y su respeto, se consolidan vínculos que nos hacen mejores personas.
Hace unos días conocimos la terrible noticia del lesbofemicidio que se llevó la vida de tres mujeres y hay una cuarta que logró sobrevivir, pero que aún se recupera de la terrible agresión. Un vecino que las insultaba, denigraba y odiaba por ser mujeres lesbianas, las mató metiéndose en su domicilio y las prendió fuego. ¿Cuánto trecho hay del decir violento y agresivo al hacer, a consumar?
Milei no se pronunció al respecto de esta tragedia, y Adorni, su vocero presidencial, al ser consultado por una periodista, sólo afirmó lo que ya sabemos entre dichos que buscaron minimizar la tragedia del crimen de odio: a este Gobierno no le importa nuestras vidas.
Se viven tiempos de desintegramiento social, se agrietan las bases de nuestro suelo fértil y lleno de historias que lucharon por impedir que nos quieran meter de nuevo al closet, que podamos vivir en paz. Sentimos la desesperanza que aumenta a la par del costo de vida que se precariza todos los días más, y esta precarización requiere de un pueblo que manifieste su malestar por otro lado: la amenaza se constituye entonces no en quienes vinieron a poner la Patria en remate, sino en las diferencias. Las tragedias que nuestro mundo ha vivido producto de las extremas derechas y estas metodologías, aún nos duelen en el presente.
Si seguimos permitiendo y reproduciendo este tipo de discursos, asistiremos a escenarios de alta complejidad social, de quiebre, de atraso y de pérdidas físicas y simbólicas, que llevaría años recuperar. Hay que militar la desnaturalización de estas prácticas virulentas y hay que educar para prevenir. No les dejemos a nuestros hijos e hijas un mundo que les enseñe a odiar.