OPINIÓN
De memorias y desmemorias
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Entre los tantos escritos fascinantes de Borges, la historia de Funes me parece particularmente interesante a partir del juego de espejos con que gusta deleitar a sus lectores.
Irineo Funes es un uruguayo de Fray Bentos que tenía el dudoso privilegio, según narra Borges, de poseer una memoria infinita. “Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero”, escribe. Funes tiene el don y el castigo del recuerdo total, del no olvido; es prisionero de los detalles, los colores y las formas. “Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.” refiere más adelante, es decir, cada percepción tiene, para Funes, una entidad única y es imposible de olvidar, por lo que no le resulta posible generalizar y abstraer.
No es casual que el mismo autor vuelva sobre este tema en otros escritos, como en el poema “Cambridge”, donde escribe: “Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, / ese montón de espejos rotos”. La memoria, entonces, pareciera dejar de ser algo preciado para convertirse en lo opuesto: un castigo, una imposibilidad de lograr la abstracción necesaria para elaborar un pensamiento. Una pesada carga de objetos, de momentos, de olores, de circunstancias, de sonidos, de imágenes, de oscuridades y silencios estruendosos, de todo. Y de nada. Una paradójica suma cero de emociones.
Estamos hechos de memorias y de olvidos, de memoria fragmentada y de desmemoria. Recordar es traer a la conciencia una realidad que procede del pasado pero, sabemos, que la realidad, las realidades, no existen como tal sino que se construyen. Las construimos o las asumimos, de allí “ese montón de espejos rotos” a los que se remite Borges en su poema.
Todo está guardado en la memoria, refiere León Gieco en su canción; todo esta guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia. La memoria se construye con fragmentos de historia y de emociones. Se olvidan circunstancias, rostros, colores, pero no las emociones que acompañaron esos instantes que se convierten en imborrables.
Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la enfermedad de Alzheimer, sobre la que no es el momento de ahondar en detalles, salvo uno: lo último que olvidan las personas aquejadas por este mal son los afectos. La memoria afectiva. Y es que siempre, de un modo u otro, estamos regresando, o intentando hacerlo, a aquellos instantes en lo que, por alguna razón conocida o no, fuimos felices.
Los extremos, siempre, son malos: en este caso citamos la amnesia y su opuesto, la hipertimesia. Lo que marca la diferencia esencial, en mi mirada, es el sentimiento que cobija, o no, cada uno de ellos.