CRÓNICAS URBANAS
Cosas de australianos
Fue para un verano de hace bastantes años, cuando el océano era mucho más grande que ahora y las distancias se medían en semanas y no en horas, que sucedió esto que les narro.
Por aquel entonces lucir en el mueble del comedor un souvenir hecho con caracoles de Mar del Plata era todo un detalle, segundado poco más allá por alguna artesanía traída desde Carlos Paz o desde la lejana Bariloche. Europa, por aquellos años, apenas había dejado de traer gringos, por lo que descubrir suvenires de esos países era prácticamente una rareza. Quizás por eso causó tanta conmoción cuando el turco Budeguer entró al boliche con aquel objeto que los más versados en historia universal podían haberlo visto en alguna película de aventuras, pero nunca haber siquiera imaginado tener uno no solo a la vista sino al alcance de la mano.
Acá está, para los que creían que era todo un invento mío —dijo exhibiendo un paquete envuelto en papel de diario—, y original, ¿eh? Nada de imitaciones berretas. Desenvolvió el paquete y ante la atónita mirada de todos los parroquianos que estaban a esa hora en el bar del vasco, tomó con ambas manos, casi como si de un santo grial se tratara, un búmeran. ¿Y de dónde decís que te lo trajeron, turco? Preguntó uno sin sacar la mirada del objeto de madera que exhibía curiosos dibujos simétricos en cada una de sus alas. De Australia. ¡A los patos! Mirá que es lejos eso, ¿eh? ¿y andan todos con eso encima allá, como los paisanos acá con el facón? Increpó el vasco. Por lo que he podido saber, arrancó el turco, esta isla, ¿Cómo isla, no es un país? Cortó el petiso Echegoyen. Sí, es una isla y un país también, no es una islita de esas de los dibujitos con una palmera en el medio, es enorme, no sé cuántos kilómetros tiene, pero es gigantesca. Y hay canguros, también, aportó Mendizábal, que apuró la ginebra y se acercó a la mesa que se había convertido en el centro de atención del bar. Y a quién se le puede ocurrir irse a vivir a una isla en medio de la nada ¿podés explicarme? Dijo el vasco mientras completaba el vaso de Mendizábal. Presos. Eran todos presos. ¿Cómo que eran presos? ¿Me estás cargando vos? No, de verdad, los ingleses, que se habían apoderado de la isla después de someter a los nativos de ahí, bah, más que someter los habían hecho bolsa, como no sabían qué hacer con todos los presos que se le habían juntado en Inglaterra, decidieron mandarlos para allá y como era más fácil quedarse a vivir ahí que volverse se aquerenciaron. Bueno, más o menos como hicieron aquí con la isla Martín García o con la cárcel de Ushuaia. Ponele, concedió el turco. Pero, ves, eso es lo que no entiendo, dijo Mendizábal metiéndose de lleno en la conversación ya con el vaso cargado, los gringos mandan un grupo de presos a una isla en el culo del mundo y estos tipos te hacen un país impresionante; acá los presos no sirven ni para hacer huerta, ¿me explicas cómo es eso?
Mira, dijo el turco, yo creo que esto es lo que te puede dar la respuesta, dijo y mostró a la mesa el búmeran que todavía sostenía entre ambas manos. No entiendo, dijo una voz desde atrás, ¿qué tiene que ver eso? Mirá, lo que hace diferente a este pedazo de madera es que vos lo tirás y vuelve, lo tirás y vuelve, es como una metáfora de la vida, ¿entendés? Todo lo que vos tirás, vuelve, y si no estás preparado para recibirlo te saca la cabeza, yo creo que eso es lo que ha pasado y pasa en este país con algunos políticos, que esos sí están en su propia isla con la palmera haciéndoles sombra y creen que son los dioses del mundo, piensan por los demás, deciden por los demás y hasta se enfurecen si alguien, no digo ya que los contradiga, que a alguien se le ocurra decirle que puede estar equivocado, listo, que se dé por liquidado, muerto y afeitado. Esos dioses de pies de barro son sordos, ciegos y necios. Además, ignorantes. Porque si supieran esto que les estoy contando acerca del búmeran se darían cuenta de que todo eso que tiran les va a volver y les va a reventar en la mano, en el cuerpo, en el orgullo y, fijate si serán brutos que ni siquiera aprenden lo que la historia cuenta a los gritos, ninguno de los grandes déspotas de la humanidad resistió a sus pueblos que, como bumeranes, se le volvieron en contra, qué decir entonces de nuestros tiranuelos de opereta.
La verdad, turco, dijo el vasco, algo de razón tenés, mirá que no damos pie con bola con los mandamases, ¿eh?, no tenemos suerte. No es precisamente suerte lo que se precisa, —respondió el turco— hermano, es memoria.
El turco volvió a envolver el búmeran y se levantó para retirase. Cerca ya de la puerta se dio vuelta y dijo: ah, si alguno gusta tirar un día, nos vamos hasta el parque y se los presto para que prueben. Nadie respondió nada.