OPINIÓN
Buenos días, buenas tardes, hola
Hace pocos días fue motivo de asombro en las redes sociales las declaraciones de una tripulante de cabina ―comúnmente conocidas como azafatas― en las que revelaba las “razones ocultas” detrás del saludo de bienvenida a los pasajeros al momento de abordar las aeronaves.
En un video que se viralizó rápidamente, ella explicaba que “una auxiliar de vuelo no te saluda al entrar al avión solamente por educación, sino también para asegurarse de que no has bebido demasiado o te sientes demasiado mal para volar”, refiere
Pero, además, “eso sirve para evaluar el estado de salud y sobriedad de los pasajeros, identificar a aquellos pasajeros que podrían ser de ayuda en caso de una emergencia”, entre otras consideraciones ligadas a la seguridad del vuelo.
Los comentarios favorables no tardaron en llegar y fue inevitable asociar dicha noticia con ciertas referencias que tenían que ver con relatos del doctor René Favaloro en cuanto a todo lo que nos aportaba al conocimiento de un paciente el solo hecho de estrecharle la mano.
Si es tanto así o no esto que relata la auxiliar de vuelo en cuanto a las razones de seguridad que existen detrás del saludo no es relevante, lo que no es trivial ni deja dudas son los beneficios del hecho mismo de mirarnos a los ojos y decirnos buenos días, buenas tardes, hola, cómo está, bienvenido, bienvenida, qué bueno verte. Palabras que son mucho más que palabras, son verdaderos indicadores que reconocemos en el otro a una persona.
Tanto es así que los bots (esas voces o frases que se ofrecen a ayudarnos a través de la inteligencia artificial) están programadas (en realidad ya aprendieron) a que toda conversación comienza con un saludo.
Desde el inicio de nuestra sociabilización sabemos de la importancia de esto. Cada cultura lo ha hecho de un modo particular, pero todas lo han hecho. Lo hacen. Y sin embargo, hoy es noticia (trending topic sería más adecuado por el espacio de difusión en que circula y que no es otra cosa que “el tema del momento”) sea que alguien revela la importancia de saludar antes de abordar un avión con los miedos, las ansiedades y todo lo que aun despierta en mucha gente subir a un aparato que volará a diez mil pies de altura confiando en la tecnología, la pericia de los pilotos y la humanidad del personal de cabina. Todo eso y solo eso.
Pero no hace falta subirnos a un avión; todos los días entramos a negocios, oficinas, colectivos, lugares en donde hay alguien ―humano― que nos recibe, y algunos de ellos, no todos, saben o perciben cómo nos transforma el momento el simple acto de decirnos buenos días, buenas tardes, hola, hasta luego. A veces ni siquiera hace falta hablar, una sonrisa lo dice todo. Lo transforma todo.
Qué fácil pareciera ser un poco más humanos, pero cómo nos cuesta.