REFLEXIONES
Aquello tan inasible que llamamos realidad
La primera afirmación (que sin dudas podría ser motivo de un primer desacuerdo) es que “la” realidad no existe. Es decir, no existe “una” realidad sobre la cual todos estamos de acuerdo en que algo es así y que eso no amerita discusión, sino que, más bien, podemos ver a la realidad como producto de una construcción social. Este es un concepto sobre el que han trabajado autores como Peter Berger y Thomas Luckmann concluyendo que la realidad no es sino un proceso dialéctico entre relaciones sociales. Es decir, la realidad no existe, sino que nosotros la creamos ―individual o socialmente― a través de los sentidos y las emociones. Casi tan simple (como si algo pudiera ser simple tratándose de lo social) como aceptar algo como real o bien, simplemente, negarlo.
Desde que nacemos, establecemos una relación con nuestro ambiente natural y, posteriormente, comenzamos a interrelacionarnos dentro de un orden cultural y social específico. Ese orden social es una verdadera construcción de cada uno de nosotros como individuos, es un producto de nuestra actividad y no algo adquirido de forma natural ni procede de cuestiones biológicas, por lo tanto, es a partir de esa "realidad social" que generamos nuestra "realidad personal". La sociedad (o deberíamos decir, las sociedades) son producto de los hombres (y mujeres) y, asimismo, los hombres (y mujeres) somos productos de la sociedad. Por lo tanto, como ya se mencionó, no podemos considerarnos como algo proveniente de una “clase natural” sino que somos producto de la cultura en la que nacimos y estamos inmersos y, por lo tanto, cambiando a medida que esta (la cultura) cambia. Se modifica. Se transforma. Incorporando verdades, prejuicios, visiones y miradas que nos permiten vivir en sociedad. Ser parte de ella. O estar fuera de ella.
Ahora bien, ¿Qué puede ser aquello que nos lleve a no aceptar (o negar) una realidad que no nos complace? Las opiniones infundadas, las suposiciones, el prejuzgar, adivinar, conjeturar y, sobre esa base, generar aquello que se conoce como “realidad neurótica”, una verdadera “realidad paralela” creada por uno mismo. Construcciones, creencias, suposiciones, que nos impiden "ver" y compartir la realidad de las otras personas, realidades relacionadas con el aquí́ y el ahora y no como han estado o suponemos han estado en el pasado. O como queremos y creemos que ha sido así. Verdaderas barreras comunicacionales que no nos permiten ni siquiera la posibilidad de no tener la razón al punto tal de pretender imponer nuestras visiones o creencias sin aceptar las otras. Sin aceptar siquiera que pueda haber otras. No dar lugar al análisis, la contrastación, la refutación. Mi verdad es “la” verdad, mi realidad es “la “realidad. Las cosas son como yo quiero que sean o no son.
En sociedades cada vez más polarizadas, la búsqueda del consenso y el equilibrio se vuelve más compleja y difícil; no obstante, no hay otra opción para la construcción de una sociedad que contenga a todos y deje de excluir, estigmatizar y promover la desunión, que el diálogo, la escucha activa y la permeabilidad a la posibilidad de que pudiéramos estar equivocados en algo. No en todo, en algo mínimo que nos permita sentar las bases de un entendimiento que genere paz. Paz social. Una paz entendida no como un antónimo de guerra sino como de darnos la posibilidad de tener una mirada con un norte en común, un objetivo compartido. Difícil, sí, pero no imposible. Yo, al menos, estoy convencido (y no soy el único) de que, entre todos, lo imposible deja de ser una utopía para convertirse en un ideal.