El momento más difícil del Gobierno
La Argentina maniquea y pendular que no nos podemos sacar de encima
Abril y mayo serán los meses en los que impactarán los aumentos de tarifas, sin contar la previa. La microeconomía todavía no da señales de recuperación después de la abrupta caída del primer trimestre. El peso se reevaluó, el Banco Central compra dólares, cae el riesgo país… Pero al bolsillo eso todavía no llega.
Y va a pasar un tiempo impredecible hasta que eso suceda. Por eso el foco está en la paciencia social. Hasta dónde la sociedad está dispuesta a soportar otro ajuste que, más allá del discurso de la campaña, también recae grueso sobre los mismos de siempre. La foto de las colas de autos yendo a Mar del Plata es una postal vieja. Hasta Alberto se jactaba de eso y lo usaba para hablar de una Argentina que crecía. Nadie puede señalarlo como un signo claro de rebote. La economía se hundió los primeros tres meses del año y la caída del consumo ha sido estrepitosa. El doble torniquete de inflación que impacta en salarios y consumo no es nuevo en nuestra historia reciente. Pasa que ahora, los niveles de pauperización de los argentinos han llegado a niveles alarmantes que habrían estallado si el Estado no hubiera asistido.
Hay, en la visión del Presidente de la Nación, la concepción delincuencial de las organizaciones gubernamentales. Hay democracias en donde la presencia del Estado, y esto es bueno debatirlo, es ágil, eficiente y está para distribuir lo más justamente posible las cargas. Lo que pasa con la “desaparición” de los repelentes en medio de una epidemia de dengue es obvio. El aumento de la demanda, impactó en la oferta y los precios volaron. Ante una emergencia sanitaria, es el estado el que debe intervenir en resguardo de toda la población.
Es cierto que el Gobierno asumió en diciembre. Que las partidas para la epidemia debieron gestionarse mucho antes, pero la respuesta ha sido endeble, débil e ineficaz. Recién ahora anunciaron que abrirán las importaciones para permitir la entrada de otros productos repelentes. Mientras los casos de dengue se reproducen en todo el país y amagan con extender la zona endémica. La discusión por la vacuna y su eficacia es otra cosa. Hay especialistas que la ratifican y otros que tienen dudas sobre su eficacia. El propio Ministro de Salud denunció presiones de los laboratorios para incorporarla al calendario de vacunación nacional. Se podría discutir y hasta admitir que es probable que tenga razón, pero otras medidas básicas no fueron tomadas o se tomaron tarde.
Las provincias no pueden cargar con todo el peso de la responsabilidad de lucha contra el dengue. Tanto que se debatió sobre la publicidad oficial y su uso, la respuesta llegó sola: es tarea del Estado divulgar y difundir medidas de prevención y alertar a la población sobre los riesgos que corre. No se trata de políticas partidarias sino de políticas públicas. No está mal que así sea.
Impuestos no dejaremos de pagar nunca, por más que Milei piense que es un robo, entonces bueno es que se destinen esos fondos a políticas públicas. Más y mejor educación, más y mejor seguridad o más y mejor salud. Las democracias modernas tienen bien claro cómo funciona el sistema, hacia donde tienen que ir los dineros públicos y cómo controlar para que lleguen.
Es cierto que venimos de años de despilfarro, robo y corrupción. Que el dinero de los impuestos ha terminado sirviendo para mantener un estado inerte, ineficiente y con pocos reflejos para reaccionar ante las emergencias. Pero su ausencia tampoco es la solución. Hoy, muchos servicios en la Argentina los brindan empresas privadas. ¿Funcionan bien? Algunos sí y otros no. Y allí debería estar el estado para controlar. El mercado sólo no alcanza para todo. Es una utopía de la que, a lo mejor el Presidente está convencido, pero que la realidad demuestra tarde o temprano que no existe.
En ese proceso de quitarle peso al Estado sobre la vida del ciudadano, está uno de los nudos de la pelea que los libertarios quieren dar. Los extremos por ahora ganan la batalla. Aquellos que utilizaron el estado como agencia de colocaciones por su incapacidad para generar generación genuina de puestos de trabajo, miran para otro lado y ahora levantan el índice acusador y se rasgan las vestiduras. Deberían callarse la boca y hacerse cargo del desastre. Y el Gobierno, o una parte importante de él, que lo único que vale es cortarle la pierna al enfermo para salvarlo, sin importar mucho las consecuencias.
No es ni una cosa ni la otra. Ni los que se hacen los boludos con el daño que hicieron ni los que suponen que sólo vaciando el estado benefactor aparecerá por sí sola la solución. O por generación espontánea. Es la Argentina maniquea y pendular que no nos podemos sacar de encima.