ANALFABETOS
Cuando con saber leer no alcanza
Argentina, año 1869. Habitantes: 1.830.000. Analfabetos: 87 %. Estos resultados llegan al presidente Sarmiento quien reúne a su gabinete de ministros y anuncia: "Señores ministros: ante los primeros datos del censo, voy a proclamar mi primera política de Estado para un siglo: escuelas, escuelas, escuelas…"
Luis Castillo*
Sin dudas, esa decisión trascendental rindió sus frutos y hoy nuestro país goza de la dicha de una alfabetización de un 98%. Sin embargo, estas cifras en apariencia tan contundentes esconden tras de sí una realidad que no se muestra en toda su magnitud e impudicia, una nueva categoría de ignorancia recorre silenciosa y solapadamente diferentes estratos de nuestra comunidad: el analfabetismo digital.
Desde el inicio de los tiempos el hombre (genéricamente hablando, claro) buscó modificar su entorno a fin de ponerlo a su disposición y para eso se valió de dos herramientas distintas pero complementarias: la ciencia y la tecnología. Una le permitiría saber cómo modificar el mundo y la otra la proveería de las herramientas.
Hoy, se nos hace inimaginable una vida sin el desarrollo pleno de estos dos instrumentos de la mente. Haga sino el ejercicio de pensarse en la última pandemia (esa que no termina de irse debido a sus persistentes secuelas físicas y psíquicas); cómo hubiera hecho para sobrevivir al encierro, al aislamiento y a la enfermedad sin los recursos tecnológicos que permitían tanto que pudiera permanecer más o menos cómodo en su casa (convengamos que no todas las casas son iguales y por lo tanto tampoco las condiciones para permanecer aislados todo el tiempo que hubo que hacerlo tampoco fueron las mismas) siguiendo las estadísticas de enfermedad y muerte por el mundo, la carrera por la obtención de las vacunas, los testeos de drogas nuevas y viejas recicladas para la ocasión y todo eso mezclado con música, podcast, videoconferencias, telecompras, navidades virtuales y cumpleaños a través de las pantallas. Sin olvidar, claro, las escuelas. Los alumnos y los docentes. Binomio inseparable entonces solo unido por una pantalla de más o menos pixeles según el medio. Era necesario que siguiera adelante la vida. Y parte fundamental de esa vida es la educación, la enseñanza y el aprendizaje. Y casi todos los niños y las niñas (no todos) en menos escala los adolescentes y en forma despareja los universitarios pudieron, tecnología mediante, campear el temporal de la ausencia de claustros.
Pero esta pandemia, además de demostrar lo lejos que estamos de una sociedad de iguales, dejó al descubierto un grito silencioso: el analfabetismo digital. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de esto? Básicamente saber desempeñarse en un entorno informatizado. Un entorno sin humanos. Despersonalizado. Un universo de unos y ceros dominándolo todo. El teléfono, que tras más de cien años a nuestro lado no parecía ocultar más secretos que levantarlo y decir: “hola”; hoy es una pequeña, sofisticada y hasta peligrosa herramienta de la desconocemos casi todo. El comerciante, el banco, el almacenero, el correo (ese místico lugar en donde llegaban las noticias que una persona llamada cartero nos acercaba a nuestras casas y a quienes, en más de una ocasión, esperábamos con ansiedad, angustia, temor y tantos otros sentimientos que se ocultaban dentro de un sobre cerrado adornado con una vistosa estampilla), todo eso va desapareciendo ―o han desaparecido ya o están siendo sustituidos― por algo que, para muchas personas, es una gigantesca nube de ignorancia que se presenta cuando parecía que ya sabíamos o conocíamos de casi todo. Que muy poco quedaba por aprender en un mundo casi previsible. Todo eso cambió. En demasiado poco tiempo como para permitir que muchos pudieran cubrirse la cara y amortiguar el cachetazo de la nueva realidad.
Quien no conoce un editor de textos ha perdido ―perdón por el énfasis― prácticamente su capacidad de escribir, quien no maneje un correo electrónico ha perdido su capacidad de comunicarse con un entorno hoy hostil, quien desconoce cómo completar un documento digital se está condenando al ostracismo o a la dependencia.
La primera genialidad de Sarmiento en 1869 consistió en darse cuenta de que la ignorancia era un problema grave y que había que ocuparse de él. Si hoy no tomamos conciencia de que esta nueva situación es tan grave como la anterior estaremos condenando a toda una generación a las consecuencias imaginables e inimaginables del analfabetismo digital. Tener todo en la palma de la mano y, al mismo tiempo, las manos vacías.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”